Cada vez que llueve me es imposible no pensar en vos. ¿Será
porque nuestros encuentros siempre eran en días de lluvia? La verdad, no sé qué
es, pero me acuerdo.
Recuerdo tu rostro, tus labios de niña inocente, tus suaves
manos y el calor de tu cuerpo que se fundía con el mío, entre mis brazos.
Las horas se nos hacían cortas. Recorríamos la ciudad
tranquilamente, y vos, insistías en tomar mi mano, yo a regañadientes accedía
al pedido.
Esquivando charquitos en la vereda, me hacías jugar como un
niño, me hacías feliz. Y lo mejor era el premio por ser un buen chico: un
cálido y tierno beso que derretía mi gélido interior.
Esas tarde de lluvia, en que tu pelo se humedecía y
empezabas a temblar del frío, y tus ojos que miraban los míos pidiendo abrigo.
Todavía recuerdo cuando decías que te encantaba dormir en mi
pecho. Mientras, la lluvia caía sobre la ventana y mostraba un día gris.
Llueve y te recuerdo. Las charlas para convencerte de leer,
las discusiones sobre arte y ciencia, los sueños de cada uno; las caricias y
los besos, tus caricias y tus besos.
A confesión, no sólo extraño, sino que también deseo volver
ese tiempo, volver a verte y sentirte.
A conciencia, sé que no va a volver, pero evoco con detalles
ese tiempo, te recuerdo.